OPINION

Hora Bruja / Mi sueño en un caballo alado

Texto: Blog de Manuel Español
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En mi entorno suena la “Gran Polonesa” de Chopin, que me incita a levitar. Ha llegado el momento de los sueños, de dar vida a mi propio mundo, ese que gira y gira y vuelve loca y a veces divertida a la brújula que nunca llego a entender. Sorpresas que da la vida. Me siento en el sofá y apoyo mi cabeza en la parte superior del respaldo, estiro las piernas, me relajo y me excito a la vez en un continuo palpitar. Así comienzan a aflorar mis sonrisas felices que  me conducen a cerrar  los ojos y dejarme llevar en busca de la consecución de la magia que envuelve, de las notas que marcan mi presente. Me encuentro más vital que nunca, pero al mismo tiempo resulta imposible  cortar la afluencia de mis, aunque parezca mentira, “realidades” oníricas.

Tengo la impresión de que  he perdido el sentido de la gravedad, sin duda he iniciado un viaje fantástico  a través de un firmamento lleno de puntitos brillantes, pero que ilumina y te mantiene en tensión. Quiero moverme, danzar en medio de una imaginación alegremente afectada por una sensación embriagadora. Y mi espíritu ríe sin saber a donde voy ni por que. Es igual.

Repentinamente, a lo lejos, siento la presencia de un caballo alado parlante que me invita a subir a sus lomos para conducirme por esos mundos que “no olvidarás jamás”. Y la Gran Polonesa suena cada vez con mayor intensidad transmitiendo su grandeza.

Siento miedo y a la vez una emoción diría que desmedida  y no conozco los motivos que me mueven con una ligereza tan intensa, mientras la cabeza invita a dejarme llevar, a no pensar, a despegarme de la lógica, a veces tan traidora como divertida. Me pregunto donde estará la Vía Láctea, dónde se hallan esos carros de fuego que dan calor y luz y agitan el cerebro. Siento ganas de gritar y no se de los motivos. El alado se asusta ante mi inquietud y me dice que calle, que no perturbe el ritmo pausado de los astros provocando de esta manera una nueva guerra de las galaxias. Ante tamaña amenaza opto por el silencio, pero mi inquietud sigue latente, mientras desde las entrañas noto la presencia de elementos muy dulces y a la vez sumamente hermosos que invaden mis sentidos con sus dosis pletóricos de luz  muy intensa y de todos los colores.

 Pegaso, que es como se llama el caballo alado, me indica que “acabamos de entrar en el Olimpo de la música”. Le digo que no se si creerle, que ya había estado allí otras veces  y el lugar no se parece a ninguno a de las anteriores ocasiones.  Este “Babieca” con alas que parece no poderme soportar, frena en seco y hace que salga por encima de sus orejas. Presiento que estoy a punto de estallar en la caída, pero la verdad es que me quedo sentado encima de una nube con formas algodoneras.  No hace ni frío ni calor, y la fuerza de la gravedad parece que sigue sin existir. Una sensación muy placentera a pesar de todo. Pero echo en falta a Pegaso, porque no encuentro ayuda que me oriente en este mundo extraño en el que me hallo. No es difícil, si bien todo indica que el cerebro igualmente me ha abandonado. Repentinamente me da por implorar con desesperación: “Babieca, Pegasin, no me dejes tirado en este lugar de no sé donde. Te necesito, perdona, y ayúdameeeeee”. El animal reaparece  con todo su esplendor y consigue que me ponga contento a pesar de su carcajada burlesca: “Capullo terrícola. Si has dudado antes de mis palabras, ¿por que ahora me pides ayuda?” Lo cierto es que me tiene prendido y no me queda más remedio que decir el consabido “lo siento mucho, ya no volverá a suceder una metedura de pata como esta. Dime de verdad, ¿cuando llegaré al Olimpo de la Música?”  Vuelve a desaparecer Pegaso, pero en un instante, el espacio se ilumina con un rayo sobrenatural y para mi sorpresa vuelvo a encontrarme con una musa tan importante para mi como Edith Piaff,  acompañada de su sonrisa con un toque, no sé si ambiguo o de misterio. Edith sabe que me da calor su voz desgarrada, su forma de presentarse, que viste de una gala sobria en los propios escenarios, que me hace disfrutar, especialmente cuando canta el inolvidable “Himno al amor”. Edith me da un beso muy cálido que sabe a poco y enardece, mientras que instantes después aparece el acordeonista Aimable, un hombre hacedor de magia y provocador de sensaciones encantadoras con su instrumento. Después de tan impresionante e improvisado recital, esta mujer desgarradora y creadora con su estilo único, se acerca hasta mi, que me hallo extasiado, consigue que se me enciendan las luces del corazón y que le recuerde aquellas palabras que le dedicó su amigo y admirador el escritor francés Jean Cocteau: “El canto viene de los Ángeles”. Ahora sonríe abiertamente, abre los brazos extendidos en forma de cruz, junta sus manos de nuevo, las lleva a su boca y antes de desaparecer me lanza al aire  dos besos unidos por el éter, que no olvidaré jamás

Acaba un recital mágico e inimaginable, pero  reaparece el caballo alado para decirme que “lo siento, pero el tiempo se ha acabado. Es momento de que retornes a la realidad”. Le contesto que no me quiero ir, que mi realidad está entre las nubes, pero que por favor, que me dé otra ocasión, que seré sumiso y humilde, Por hoy _me dice_ deberás conformarte con Joan Sutherland”. Aparece la diva y comienza a sonar la habanera de “Carmen”, tal y como no había escuchado nunca. Ella me deja de recuerdo una hermosa flor.

Me encuentro de nuevo en mi sofá y trato de seguir con las notas de la habanera, pero Jimena me hace el dueto partiéndose de risa, mientras pronuncio casi sentencialmente la palabra “Volveré”. Una nueva carcajada de Jimena me despierta del todo, mientras la indiscreta de ella pregunta que donde pienso volver. “Ya te lo contaré  algún día”. “Pues donde vayas, yo iré contigo”, termina diciéndome con una guasa que no me atrevo a contestar.