OPINION

Pedagogía de los impuestos

Para los que vivimos en países desarrollados, cada acto de nuestra vida está relacionado con el nivel de impuestos con los que estado realiza la redistribución de la riqueza.

Para los que vivimos en países desarrollados, cada acto de nuestra vida está relacionado con el nivel de impuestos con los que estado realiza la redistribución de la riqueza.
El plácido descanso nocturno tras una jornada de trabajo, el despertar por la mañana y abrir el grifo de la ducha, encender el fuego para calentar el desayuno, salir a la calle y llevar a los niños al colegio público o privado en coche o en el transporte público, ir a comprar al supermercado o tienda del barrio, acudir a la consulta del médico por un simple catarro y no digamos cuando la semana termina y el que puede, decide dedicar el fin de semana a cualquiera de las ofertas que se nos presentan en sus mas diferentes formas, conciertos de música, museos, paseos ciudadanos y rurales, actividades deportivas como participante o espectador en un amplio abanico de modalidades y así un largo etcétera. Todo ello, bien sea de carácter público o privado, guarda relación con la capacidad del estado para prestar los servicios directamente o a través de conciertos con empresas privadas. Nuestra seguridad, la salud, las carreteras, el deporte, el ocio… todo transversalmente tiene relación con los impuestos.

Nada de lo que ocurre en nuestra vida se puede realizar sin una política de impuestos en la que los ciudadanos en la medida de su nivel de renta y en base los criterios establecidos por el gobierno de turno debemos contribuir.

Por ello, no se puede entender esa demonización que se realiza del pago de impuestos porque son la sangre que riega la vida de los ciudadanos. Los impuestos se convierten en los vasos comunicantes que llegan a todos los rincones de un país para que este funcione. Sin su existencia justa y equilibrada como se puede comprobar en cientos de rincones del planeta, la arbitrariedad genera estados fallidos donde la vida y convivencia de los ciudadanos es caótica.

Por ser vasos comunicantes, es responsabilidad de los gobiernos establecer las medidas para que los impuestos sirvan como mecanismos de redistribución de la riqueza, sean justos y no se conviertan en una carga para una parte de los ciudadanos que apenas ganan lo justo para vivir. Todo el dinero que desde los gobiernos se ahorra a los grandes grupos económicos o cuando se permite mediante exenciones avaladas por leyes, que quien verdaderamente tiene recursos para soportar los impuestos no contribuya en la medida de su capacidad, se está trasladando a una masa social que soporta impuestos indirectos al límite de su capacidad.

España es muy diversa, su territorio muy extenso y con grandes desequilibrios, pero los todos los ciudadanos tenemos los mismos derechos independientemente del lugar de residencia. No se puede entender que por una aplicación estrictamente economicista de los servicios que presta el estado bien directamente o externalizándolos, se dejen de prestar porque no son rentables. Existe una relación directa entre la forma que utilizan los gobiernos para distribuir las cargas fiscales y la calidad de servicios que presta con lo recaudado. Hace muchos años una campaña institucional nos recordaba que hacienda somos todos. El paso de los años nos está llevando a una realidad que demuestra que esto no es así.

Los ciudadanos de a pie, los empresarios, funcionarios y grandes grupos económicos nacionales o transnacionales no debemos eludir nuestra responsabilidad impositiva pero el estado debe contribuir con sus leyes a que el reparto de las cargas sea justa. España no se puede permitir durante más tiempo las grandes bolsas de fraude que día a día informan nuestros diarios, tampoco se puede permitir la corrupción que anida en las instituciones gobernadas por nuestros representantes que precisamente elegimos para que luchen contra ella. Nuestros partidos políticos (unos más que otros) se han convertido en un club clientelar que ocupa todos los resortes del poder para desde allí extender su influencia y utilizar lo que es de todos en beneficio propio y de los suyos.
Los ciudadanos debemos contribuir responsablemente y con firmeza exigir que todos aquellos derechos que dimanan de nuestra Constitución se cumplan. No valen más escusas.