Memoria de los pequeños
Plácido Díez
Original: Blog La carretera. Análisis y reflexiones de un caminante
Decisión tras decisión, el Gobierno de Aragón lleva una elogiable trayectoria con la reciente memoria histórica y democrática de Aragón. Algo que es de reconocer en estos tiempos en los que todo se consume aceleradamente, se dispersa la concentración, se echan en falta las miradas a medio y largo plazo y se nos están marchando de puntillas protagonistas de las últimas décadas en Aragón que, desde lo pequeño, han contribuido a mejorar la vida de todos.
Este preámbulo viene a cuento del reciente acuerdo del Ejecutivo autonómico de otorgar las Medallas del Mérito Turístico de 2022 a los pueblos recuperados de Ligüerre de Cinca, de Morillo de Tou, al santuario de Torreciudad y a la periodista Genoveva Crespo con la que he compartido de un modo u otro la mayor parte de mi trayectoria profesional. Genoveva tiene una curiosidad inagotable y es una apasionada defensora de las bondades de nuestro territorio y de sus gentes. Ah!, y del periodismo de carretera y de contacto directo con las personas.
Quiero detenerme con más profundidad en el significado de la recuperación de esos dos pueblos de la comarca del Sobrarbe, que tuvieron que ser abandonados por la construcción de los embalses de El Grado y de Mediano.
Hacía muchos años que no pasaba por allí pero el pasado miércoles 27 de julio, con motivo del reconocimiento al médico del valle de Plan y coordinador del Centro de Salud de Lafortunada, Guillermo Bernués, me reencontré visualmente con ese rincón en el que tantos ratos felices pasamos en familia a finales de los 80 y principios de los 90.
Al circunvalar Ligüerre camino de Samitier, se me saltaban las lágrimas porque el día anterior había fallecido Agustín Cebrián, un sindicalista de la UGT, que fue uno de los líderes, “el alma” como dijo José Antonio Cid en la ceremonia civil de despedida, de ese gigantesco trabajo colectivo para reparar la herida de un embalse y para revitalizar un espacio en el que ahora hay un albergue, un camping, dos restaurantes, un hotel y cinco bloques de apartamentos turísticos.
En Ligüerre de Cinca disfrutamos de muchos fines de semana con nuestros hijos, compañeros del colegio público “Doctor Azúa” de Zaragoza, en un espacio de ocio integrado en la naturaleza que avanzaba año tras año gracias al titánico esfuerzo de los voluntarios sindicales y a la planificación de Agustín, de José Antonio Cid, entonces secretario general, y de otros dirigentes de la UGT.
Nuestros hijos continúan siendo amigos, y lo serán para siempre física y emocionalmente, y Ligüerre de Cinca, como Morillo de Tou con el esfuerzo y la dedicación de tantos afiliados y dirigentes de Comisiones Obreras de Aragón, “son ahora –como se lee en el decreto que firman el presidente Javier Lambán y el vicepresidente Arturo Aliaga– un gran foco de atracción, tanto de turismo familiar como de celebración de bodas y grandes eventos, tanto a nivel nacional como internacional”. Morillo de Tou cuenta con un albergue, un camping, un restaurante, dos hoteles y ocho apartamentos turísticos.
Todo eso ha sido posible gracias al trabajo colectivo, al voluntariado, a las firmes convicciones en la igualdad de oportunidades y a la coherencia. Valores que se hicieron música en el “A galopar, a galopar….” que cerró la ceremonia de despedida de Agustín Cebrián y que comparten todos los que trabajaron tanto en Ligüerre de Cinca como en Morillo de Tou.
En ese espacio a caballo de las comarcas del Somontano, del Sobrarbe y de la Ribagorza, también suman turística y culturalmente el santuario de Torreciudad, referencia del turismo religioso y mariano, y la Casa de los Títeres de Abizanda que hicieron realidad los Titiriteros de Binéfar, Paco Paricio y Pilar Amorós, con programaciones durante todo el verano, abiertas a la participación de otras comunidades autónomas, de teatro al aire libre, de arte vivo y de contacto con la naturaleza.
Los valores que he citado anteriormente son trasladables a otro sindicalista de la UGT de Aragón, Fernando Bolea, que falleció pocos días antes que Agustín, el pasado 3 de julio. Con Bolea tuvimos una complicidad especial porque la producción de General Motors en Figueruelas comenzó a los pocos meses del nacimiento de “El Día de Aragón”, el diario en el que comencé como colaborador especializado en la información laboral y económica.
Fernando Bolea venía del naufragio de las industrias del Metal de Zaragoza, Talleres Mercier, Ilasa, Taca, Tusa…, cuya caída a finales de los 70, cual fichas de dominó, viví como colaborador de “Andalán” en unos tiempos de una gran conflictividad social.
Ese trauma, él trabajaba en Talleres Mercier, le dejó huella en su acción sindical. Desde el primer momento, Fernando Bolea valoró lo que significaba la puesta en marcha de la planta de Figueruelas, cuya plantilla llegó a rondar los 10.000 empleados, para asegurar el futuro de tantas familias trabajadoras golpeadas por la inflación y por la inseguridad en Zaragoza y en su área de influencia.
Fue el primer presidente del comité de empresa en unos años, 1982 y 1983, muy difíciles porque el primer presidente de General Motors España (GME), Richard Nerod, recibía de mal grado las movilizaciones y las protestas sindicales para mejorar las condiciones laborales de la plantilla.
Fernando Bolea supo mantener el equilibrio entre la defensa del empleo y la continuidad de la empresa sometida a los vaivenes de unos mercados muy competitivos. Creó escuela tanto en la forma de dirigir el comité de empresa como en las sucesivas consultas a la plantilla sobre los convenios, repitió como presidente del comité entre 1986 y 1997, entró a formar parte del comité europeo con sede en Fráncfort, cerca de las oficinas centrales de Opel en Rüsselsheim, y se puede concluir que Fernando Bolea asentó el modelo sindical alemán de corte socialdemócrata en Figueruelas.
Consistía en tirar de la cuerda pero sin romperla para no dañar al empleo, con flexibilidad para ser pioneros en la implantación del tercer turno, o turno de noche, y de los turnos de fin de semana con plus de remuneración.
Con el comienzo de este siglo llegaron las pérdidas a la planta de Opel, Fernando Bolea siempre decía que se hacían buenos modelos pero que no se sabían vender, se recortó sensiblemente la plantilla con el plan de ajuste “Olympia” pero el modelo flexible de relaciones laborales de Figueruelas fue clave para ganarle a la planta polaca de Gliwice, en plena deslocalización industrial hacia el Este, la producción del “Opel Meriva”, una decisión que garantizaba el mantenimiento de los puestos de trabajo tras la caída de las ventas del “Opel Corsa”. Después, en 2013, llegaría la adjudicación del “Opel Mokka” y cuatro años después la integración en el grupo francés PSA.
Fernando Bolea era un hombre muy reflexivo. Como comentó su hijo en el funeral, ante cualquier decisión difícil siempre decía “habrá que darle una pensada”. Le gustaba analizar detalladamente todos los escenarios antes de pronunciarse y siempre tuvo un trato receptivo y abierto con los periodistas. A mí nunca me falló como nunca olvidaré su presencia en el funeral de mi hijo David, el día más devastador de nuestras vidas. Había un hilo que nos unía profesional y humanamente.
De Fernando Bolea nos despedimos a primera hora de una tarde tórrida en un tanatorio pegado al cuarto cinturón, no lejos de su barrio de la Paz, con unas emotivas palabras de su hijo, que es un calco de su padre, y con la interpretación al piano del “Somos” de Labordeta y de la Internacional al cierre del oficio religioso. Entre viejos compañeros de la planta y del sindicato, y de directivos ya jubilados, la paradoja ceremonial, esa mezcla de oficio religioso, aragonesismo y justicia social, sonó a gloria. A paz social.
Fotos de la UGT Aragón y de Heraldo de Aragón