Texto original: Carlos del Pueyo
Ilustración: Atilio Borón
Hay una conocida máxima periodística, atribuida por error a Orwell, que viene a decir que “Periodismo es lo que se publica y molesta a alguien; todo lo demás es propaganda o publicidad”. Hoy, además de la Santa Cruz es también el Día Mundial de la Libertad de Prensa o de la Libertad de Expresión y, además, de algún tipo de salud mental; viendo adonde está llegando el periodismo actual, esta última coincidencia no debe ser por casualidad… Actualmente, el periodismo retrocede a pasos agigantados mientras la propaganda (basura, añadiría yo) avanza que es una barbaridad…
La primera referencia original de esa rápida y escueta pero precisa definición de periodismo aparece, por primera vez, en 1918, firmada por L.E. Edwardson, periodista norteamericano del “Chicago Herald”. El mundo anglosajón en esto del periodismo nos lleva años de ventaja. Otra importante referencia, que aparece en 1930, es del poderoso editor californiano William Randolph Hearst, que dice, en un discurso: “Cuando un hombre quiere mantener algo fuera del papel es una buena noticia, cuando lo quiere publicar es propaganda o publicidad”.
Más adelante, el prestigioso periodista británico Brian Roberts, editor nocturno (lo que en España llamaríamos redactor jefe de cierre) del “Daily Telegraph” y, posteriormente, editor (director para nosotros) del “Sunday Telegraph” de Londres, hace referencia, en una carta publicada en 1953 por “The Journal”, histórica publicación dedicada al periodismo y dirigida a periodistas, a la máxima de Hearst, al escribir: “El trabajo de la Prensa es obtener noticias y, como dijo una vez William Randolph Hearst, noticia es algo que alguien querría suprimir”. En 1959, Roberts insiste con una nueva versión sobre la máxima periodística, durante una intervención pública en Ohio: “La publicidad es lo que alguien quiere publicar en el periódico; la noticia es lo que alguien quiere mantener fuera”.
Desde Lord Northchiffle, considerado uno de los maestros del periodismo en la segunda mitad del siglo XX, a quien se le ha arrogado la definición en pleno parlamento británico, hasta Katharine Graham, la legendaria editora del Washington Post, pasando por el célebre escritor George Orwell, una numerosa pléyade de ilustres gentes relacionadas con el periodismo han ostentado, en algún momento, la paternidad de tan rigurosa y sucinta definición del periodismo, oficio que soporta, o debería soportar, la mayor responsabilidad sobre la libertad de expresión, máxime de su puesta en práctica. Aunque la realidad, una vez más, y seguro que muy a su pesar, nos estropea un buen titular…
Nunca olvidaré como, mientras era director de un periódico regional, cuando el siglo XX respiraba sus últimos estertores y el XXI amanecía con sus primeros albores, en un mismo día recibí las llamadas consecutivas del gobernador civil (PSOE), presidente de la Junta (PP), presidenta de la Diputación Provincial (CDS) y alcalde (PP), cada uno protestando por “lo suyo”. Bajé a la Redacción del periódico, reuní a todos los periodistas y les dije: “¡Chicos, a seguir así que lo estamos haciendo muy bien, vamos por el buen camino!!...” y me acordé de la definición de Edwardson sobre el periodismo, casi un siglo antes…
Fui también varios cursos profesor de Redacción Periodística en la Facultad de Periodismo pero me llenó mucho más, de verdad, ser profesor en el Instituto Fray Luis de León, también en la Universidad, de una asignatura que se titulaba nada menos que “Libertad de Expresión y Derechos Humanos” porque eso debería ser, en realidad y con todas las consecuencias, la libertad de expresión: un derecho fundamental, extremo que mucho me temo que, entre todos, todavía no hemos terminado de conseguir…
A pesar de la enriquecedora evolución del periodismo hasta nuestros días, pasando por el denominado “nuevo periodismo”, tendencia en la que literatos de primer orden revolucionaron, convulsionaron y reconvirtieron al periodismo tradicional en algo más entretenido, divertido y humano, con aportaciones tan destacadas como los ensayos de Tom Wolfe, los libros testimoniales del argentino Rodolfo Walsh, con la publicación en 1957 de “Operación Masacre”, las novelas de Truman Capote, como “A sangre fría”, o títulos como “Los hijos de Sánchez” de Oscar Lewis, obras todas ellas que incluyen una áspera pero certera radiografía social, muchas de las cuales fueron llevadas al cine y todas ellas, desde luego, significaron un magnífico exponente de la libertad de expresión. Todavía quedan muchos pasos por dar y muchos peldaños por subir.
Durante las últimas décadas, el periodismo (o la libertad de expresión) se está viendo las caras, complicándose más la existencia, con otros factores influyentes que determinan el rol humano en una sociedad tan tecnológica como la actual pero que no deja de ser, precisamente, la era de la información y de la comunicación por excelencia. La Inteligencia Artificial o el metaverso representan auténticas amenazas, según reconocen los expertos, para esa anhelada objetividad periodística.
¿Cómo pueden los editores detectar el sesgo en un algoritmo?, ¿cómo puede ser corregido un error de un generador de lenguaje natural?, ¿puede la Inteligencia Artificial conocer qué es de interés periodístico?...
El periodismo tendrá que luchar contra esos nuevos protagonistas del mundo de la comunicación, peleándose también entre el impulso disruptivo y la economía de la suscripción madura, entre otras cuestiones. Lo que es evidente, cuando celebramos el Día de la Libertad de Expresión, es que todos estos cambios técnicos y sociales, así como una improcedente y desmedida polarización ideológica, han producido una erosión grave en la confianza sobre los medios de comunicación. El periodismo sin confianza no es nada; es como si al coche lo dejas sin gasolina… Y todo ello, sin duda, amenaza a la Libertad de Prensa de toda sociedad democrática y, en consecuencia, a su libertad de expresión.
Todos estos elementos añadidos no ayudan nada mientras caciquillos sectarios, incultos y analfabetos, persisten en controlar a los medios de comunicación a golpe de talonario con ese dinero que no es de nadie sino de todos los ciudadanos, el erario público, de esos mismos ciudadanos que deberían ser quienes disfrutaran de la libertad de expresión, siendo tanto los emisores como los destinatarios principales de esa libertad de Prensa, de ese periodismo cuya primera misión, aunque parece que se haya olvidado, es estar al servicio de la sociedad en la que vive.
Actualmente, ni los periodistas ni los medios pueden convertirse en cómplices de la mediocre, pobre y retrógrada política que nos rodea sino todo lo contrario, deben denunciarla y combatirla con el trabajo periodístico objetivo, profesional e independiente. Solo así servirán a la libertad de expresión y al progreso de su sociedad. Mientras tanto, ¡¡Viva la Libertad de Expresión, viva la Libertad de Prensa y viva el Periodismo Libre!!..
Universidad Pontificia de Salamanca