Ayer se cumplieron 10 años de la mayor tragedia minera de las últimas décadas en la Montaña Central leonesa: 7 fallecidos en Llombera de Gordón de entre 35 y 45 años. Diez años después el mundo del carbón se ha extinguido definitivamente dejando un enorme coste en vidas y en sufrimiento.
Texto publicado por el autor el 29 de octubre de 2013
Decía el alcalde de Pola de Gordón, Francisco Castañón, que “el miedo a la muerte es algo innato en el minero, eso genera solidaridad”. Quizá por eso llama la atención que en la capital de la comarca de Gordón, con menos de cuatro mil habitantes, existan dos tanatorios. El viejo tanatorio en el centro del pueblo, cerca del río Bernesga y no lejos de la plaza del Ayuntamiento, y el nuevo en el polígono industrial, detrás de una gasolinera.
Como llama la atención la tristeza que, antes de la tragedia de ayer, ya se había apoderado de un municipio que en los veranos de los setenta era un hervidero de vida y de marcha discotequera, siempre lo asocio a la música de “la pequeña chica 74 es una mujer y es una niña, y a mí me va….”, y que ya contaba con una enorme piscina de agua gélida con trampolín.
En la Montaña central leonesa, camino de Asturias, por encima de los mil metros de altitud, coexisten la belleza y la magia de la naturaleza, de las peñas, de los riscos, del encajonamiento, con el dolor y el sufrimiento enraizado históricamente con la Revolución de Asturias, con la guerra civil y la durísima represión posterior, y simbolizado en funerales en pleno siglo XXI en los que algunas mujeres aún cubren sus rostros con velos negros y en los cementerios de profundos panteones, integrados en la montaña, camino de hayedos mágicos como el de Ciñera de Gordón, el faedo, en la ruta hacia las cuevas de Valporquero.
Son detalles que percibe el visitante que, hace tres semanas, regresó a la tierra de su padre para despedir a una de las hermanas que aún quedaban vivas. Visitante que lo primero que se sorprende es con las grandes esquelas colocadas en lugares estratégicos con el nombre de todos los hermanos de aquellas familias numerosas de principios del siglo XX.
Los fallecidos, como su padre, Lucas, con una crucecita negra entre paréntesis.
Se sorprende menos con el delicioso cocido leonés que come con sus acompañantes en el “Mesón Miguel” y con los pósters y el ambiente mayoritariamente madridista. Desde niños, aprenden a convivir con el trabajo duro, con la épica del viaje al centro de la tierra, de la hulla que se extrae a más de seiscientos metros de profundidad, y también con la muerte que propaga el “enemigo silencioso”, el grisú, el gas metano que antes se detectaba con el jilguero enjaulado y que ahora se detecta con medidores, y se combate con ventilación y máscaras, pero que aún así continúa haciendo estragos llevándose de golpe siete vidas de entre 35 y 45 años de una actividad que se extingue lentamente –de los 51.000 mineros del carbón de hace 30 años se ha pasado a poco más de cinco mil- pero que es el principal medio de vida y la gran seña de identidad de la Montaña Central leonesa. La de Llombera de Gordón es la mayor tragedia de la minería española durante los últimos 18 años.
Paradojas de la vida, el pozo en el que fallecieron asfixiados los siete jóvenes se denomina “Emilio del Valle”, el empresario leonés que en 1942 compró la “Hullera Vasco-Leonesa” a los empresarios bilbaínos que la habían fundado en 1893 y que habían impulsado un ferrocarril desde La Robla hasta Bilbao para alimentar la siderurgia vasca.
Paradojas de la vida, muy cerca de estas tierras de sufrimiento, dignidad y gentes curtidas en la lucha y en las emociones más primarias, nació el hombre más rico de España y uno de los más ricos del mundo, Amancio Ortega, natural de Busdongo.
Los contrastes y las sorpresas de un medio de largos y fríos inviernos, de truchas en el Bernesga, y de simbolismos como el de la bandeja en el salón de plenos de Pola con una vela, que representaba la luz de los jóvenes prematuramente fallecidos, y una rosa roja simbolizando la sangre derramada, los efectos devastadores del grisú. Mañana, funeral en Santa Lucía a las once de la mañana y desde hoy siete días de luto oficial en Pola y muchos más en la comarca de Gordón, en sus diecisiete núcleos de población, porque los fallecidos pasarán a formar parte de la memoria histórica, que pasa de generación en generación, de una actividad en la que el miedo a la muerte es algo innato. Un riesgo mucho más auténtico, a años luz del que sienten los especuladores financieros y las grandes fortunas que juegan en el casino de la economía mundial pulsando teclas en la red.
Plácido Díez es licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1981. Sus primeros pasos los dio, aún como estudiante de periodismo, como colaborador del Diario de Teruel (1976-1978) y posteriormente como redactor y reportero de la revista Andalán (1980-1982).
Ya como periodista titulado su trayectoria ha sido amplia y variada, siempre en medios de información aragonesesː
Redactor del diario El Día de Aragón desde 1982 y director de 1987 a 1990.
Director adjunto del diario El Periódico de Aragón, de 1990 a 1992.
Redactor Jefe del programa de televisión Línea América coproducido por la Agencia EFE y Manuel Campo Vidal. Realizado desde España para Hispanoamérica coincidiendo con los Juegos Olímpicos de Barcelona y la Expo de Sevilla, de 1992 a 1994.
Corresponsal del diario El Mundo en Aragón, 1994.
Jefe de Prensa de la Diputación General de Aragón, de 1995 a 1997.
Director de Informativos y Contenidos de Cadena SER Aragón y conductor del programa La Rebotica de la misma emisora, de 1997 a 2013.
Director de comunicación del Ayuntamiento de Zaragoza de 2014 a 2015
Actualmente es técnico de comunicación de Cuarto Espacio, unidad de la Diputación de Zaragoza de apoyo a los pequeños municipios de la provincia y lucha contra la despoblación, desde 2015; contertulio de Mesa de Redacción, de Zaragoza TV, así como colaborador en Localia TV y colaborador del medio digital Eldiario.es en Aragón.