Texto: Blog de Manuel Español Pirena Mágica
Querido Javier Oliver Villuendas: Recuerdo, aunque no sé si lo he imaginado, que hace muchos años, no tantos como los de Maricastaña, me cantaban eso de “quisiera ser tan alto como la luna, ay,ay, ay…como la luna”. Después, cuando todavía estaba en el capacete en los tiempos de balbucear “ajo”, mi padre estaba que se subía por las paredes del Fire; sí, sí, de verdad, yo estaba tomando el biberón. Papá era mi héroe, el único héroe que logró prender en mi por el resto y lo que queda de vida (deseo que sean muchísimos años) un amor inmenso por la montaña y el mundo de la naturaleza.
Hoy mi corazón lo tengo en el Himalaya, concretamente, en ese Everest que enamora. Amigo Javi, estás en plena vivencia en el gigante de la tierra, allá donde el Yeti anda escondido y no se atreve a salir, donde en busca de esa cima y pendiente de superar el espolón Hillary, muchos son los aspirantes y escasos los elegidos. Espero que allí rubriques pronto en la cresta con tu firma de gran montañero, que así lo veo. Mientras, es tan lenta la sensación de espera, que los nervios hacen que se erice la piel. Y no digo nada de tus Cármenes, de Rafael, tu señor padre, y de tus hijos, hermanos… Jo, Javi, que a todos los pelaires nos tienes pendientes de ti.
“¿Pero este hijo mío, por qué se mete en semejante aventura. Me tiene desesperada”, dirá tu señora madre.
Desde aquí prometo solemnemente que cuando vaya a Biescas este verano, le llevaré dos baberos. Y a tu padre otro tanto. Por mi parte me reservo un paquete de pañuelicos de cara a nuestro encuentro a los pies del Arratiecho, alrededor de la mesa y bancos de la casa paterna, donde tan ricas cervezas y aperitivos hemos tomado alegremente.
¡Qué suerte, amigo, hemos tenido con nuestros padres, tanto tu como yo! También os han transmitido un inmenso amor por la montaña y la naturaleza, así como por una existencia sana y deportiva, consiguiendo que en todas vuestras actividades el número uno esté en vuestras vidas. Cuando estés en esta cima, la más alta del Mundo con sus 8.848 metros de altitud, grites haciendo retumbar al mundo montañero la frase “¡Biescas es vida!”.
Aún te recuerdo cuando aterrizabas en la verde pradera de La Conchada con tu parepente, cuando practicabas el esquí acuático, cuando en Tarifa saltabas sobre las olas del mar tan castigadas por el viento, cuando te lanzabas a las paredes de Santa Elena y te quedabas pegado a ellas como una lapa trepadora. Y si nos referimos a tu gesta francesa cuando al otro lado del Pirineo repasando parte del recorrido del Tour lo hiciste hasta completar la altitud del Everest (Chomolunga en el lenguaje nepalí), no te digo nada. Recuerdo que entonces don Rafael Oliver Ypiens me comentaba: “Este hijo mío no se parará aquí, seguro”. Mira que te conoce bien. Y no falló.
Y ¡que suerte tuviste cuando conociste a Carmen González-Meneses! ¿No decían en la época de Napoleón que tras un gran hombre hay siempre una gran mujer? Pues te diría que admiro más a ella; bueno, a partes iguales para ser más justos y no haya envidietas. Para mi sois dos gigantes equilibrados; que si tus gestas pueden resultar sonadas, la de esta dama en el Kilimanjaro no resulta menor. Eso es la verdad, tu conoces muy bien. No me lleves la contraria, que aquí no admito réplica.
No me pierdo ni un solo día tus noticias y veo que el sentido del humor no rebla, que hay un Javier pletórico de facultades para muchos años, siempre con un gramo de locura, el necesario para mantener el equilibrio y la ilusión. Haz caso de tu padre, un hombre sabio que siempre ha sabido dar muy buenos consejos, porque como dicen, “ha sido cocinero antes que fraile”