Texto publicado por Miguel A. Gracia Santos en su blog consultoraeuropea
“Los límites del crecimiento” es el título de un informe del Club de Roma, presentado en 1972 y considerado uno de los textos fundacionales de la conciencia medioambiental mundial. Aunque es indudable que se han hecho avances desde entonces, llama la atención cómo, no solo se ha seguido con la línea ascendente de consumo de recursos naturales y de emisiones contaminantes de todo tipo, sino cómo se acentúan todas las lógicas que llevan al colapso medioambiental: deslocalización, globalización, transporte…todo ello asentado sobre costes bajos de la energía fósil, emisiones galopantes de CO2 y un clavo detrás de otro en el ataúd del cambio climático.
Uno de los factores clave por los que no se avanza verdaderamente en solucionar esta cuestión, es por el hecho de que nadie se siente realmente concernido. Como he escrito en alguna otra ocasión, todo el mundo piensa que lo del cambio climático es responsabilidad de otros, y nadie cambia su statu quo, o su modo de vida, o sencillamente su modo de hacer las cosas. Este enfoque se aprecia muy bien, a mi entender, en territorios rurales que se sienten “abandonados” muchas veces por la Administración o por los “políticos”, y por tanto construyen sobre ese victimismo un supuesto derecho a contaminar o a perjudicar al medio ambiente, en aras de un “desarrollo” que “se merecen”.
Viene todo esto a cuento de la preocupación con la que observo el implacable avance de la ganadería intensiva de porcino en mi tierra, en Aragón, pero no solamente allí. Las noticias, (que aparecen en la prensa con un tono triunfalista, de cientos de empleos, enormes crecimientos y capacidades productivas), a mí me asustan cada vez más. Algunos ejemplos:
- El Grupo Jorge, que ya sacrifica 7 millones de cerdos en España, y que invertirá 135 millones de euros en Zuera para ampliar su capacidad productiva; ergo, para pasar a matar 800 cerdos ¡¡por hora!! Eso sí, dice que creará 20.000 empleos (la calidad de los mismos, ya es otro tema…).
- En Binéfar se está construyendo el mayor matadero de porcino de Europa, con capacidad para “procesar” (léase matar) ¡¡30.000 cerdos por día!! Eso sí, creará también 1600 empleos…que no sé de dónde vendrán (en la comarca de La Litera hay del orden de 650 personas en paro, no más).
- En Épila (Zaragoza), la empresa BonÀrea va a invertir 191 millones de euros para construir una plataforma agroalimentaria que dará servicio a la mitad norte de España, y que incluye cuatro mataderos (porcino, pollos, pavos y rumiantes)… Eso sí, se crearán 4000 empleos, dicen.
Puedo comprender la ilusión de la gente que busca un trabajo, e incluso la ilusión de ciertos responsables políticos, ante la perspectiva de unos proyectos que generan empleo en territorios rurales donde no sobran las oportunidades. No obstante, hay algunas cosas que me inquietan, y sí querría compartirlas con los lectores.
Para empezar, estos mega-proyectos se encuentran muchas veces, en zonas poco rurales: Zuera está a 26 kilómetros de Zaragoza, Épila a unos 40 kilómetros, y la mayor parte de los trabajadores vendrá y se desplazará desde la ciudad de Zaragoza, no contribuyendo por tanto a una fijación de población en el medio rural, como se nos quiere dar a entender.
La cadena de impactos ambientales es brutal: se cultiva de manera intensiva cereales (cebada), y se complementa con toneladas de soja y maíz transgénicos del otro lado del océano (Canadá, USA, Brasil…). Con ellos se alimentan cabañas ganaderas que producen excrementos equivalentes al de enormes urbes. Y seguimos, realmente, sin saber qué hacer con los purines: las comarcas de Aragón con mayor presencia de porcino (Litera, Cinco Villas, Matarraña, Maestrazgo…) siguen siendo “zonas vulnerables”, de acuerdo con la Directiva europea en la materia; la UE sigue dedicando millones de euros a proyectos de investigación que no consiguen resolver el problema, y las grandes multinacionales holandesas, danesas, alemanas o catalanas terminan deslocalizando la producción hacia zonas con amplio territorio, como forma más sencilla y barata (“uberizada“) de seguir produciendo sin tener que “resolver” el tema de los purines.
Pero la cadena de impactos no se detiene aquí: la ganadería aragonesa de porcino produce del orden de 350.000 toneladas anuales de metano, un gas con un efecto invernadero 23 veces más potente que el CO2. A estas cifras tenemos que añadir el transporte: empezando por los cientos de camiones que cruzan el territorio para transportar cerdos (del nacimiento al cebo, y del cebo al matadero), para transportar producto terminado (hasta 1300 camiones al día, solo para el caso de Épila antes mencionado)…llevándolo a continuación en barco (refrigerado) hasta China, o hasta Rusia, o quién sabe dónde…No pongo cifras de las toneladas de CO2 que todo este trasiego genera, pero ya se pueden imaginar lo mareantes que pueden resultar.
Al impacto ambiental se une el impacto sobre la salud: todo este entramado se sostiene sobre la base de incitar y promover el sobreconsumo de carne, de proteína animal, muy por encima de nuestras necesidades fisiológicas. Esto tiene consecuencias sobre nuestra salud, en forma de enfermedades cardiovasculares, obesidad, colesterol, etc., con el consiguiente gasto sanitario y social. Y además exportamos este modelo y este problema al resto del mundo.
Finalmente (last but not least), está el impacto ético: reconozco que cada vez me resulta más estomagante (por utilizar un adjetivo suave) pensar en esa cantidad de animales engordados, transportados y matados en cadena…Hablamos de que, hoy en día, somos capaces de matar en Aragón 18.000 cerdos al día (¡¡750 cerdos por hora!! ), pero es que todos los planes que hay en marcha plantean triplicar esa cantidad en 2020… Creo que este aspecto no es ni mucho menos desdeñable, y que, casi en la tercera década del siglo XXI, merece una reflexión profunda.
Por supuesto, y a su vez, todo este sistema se sostiene sobre los bajos precios de la energía fósil que permite importar materias primas desde un lado del mundo, producir el pienso, engordar, procesar y reenviar el producto acabado a otro lado del mundo. Y se sostiene también sobre la especulación de precios del producto final, o el mercado de futuros de los cereales en Chicago, convirtiendo la legítima idea de nutrir a la gente con carne de calidad en un gigantesco negocio financiero, cuya parte más débil es además el pequeño productor que está en un pueblo de Teruel o de Huesca…Parafraseando a Annie Leonard, me pregunto: ¿no podríamos, sencillamente, parar?
Si me pregunto eso, me llamarán enemigo del progreso, enemigo de mi tierra; que no quiero que haya empleo, o que quiero que los pueblos se vacíen y sean parques temáticos para urbanitas; me llamarán hipócrita porque no dejo de comer carne (aunque coma mucha menos…). También, me dirán que, si no lo hacemos nosotros, serán otras regiones las que tomen esta iniciativa con el porcino y se lleven los beneficios, así que…adelante con ello mientras dure…
Parece que nadie, o casi nadie, se está preguntando nada. Aragón -y otros territorios- ha optado por dedicarse a una de las agroindustrias más sucias. No es el único ejemplo de industria sucia y dependiente del exterior, que un día puede acabarse de repente. Antes de que eso sucediera y llegaran las lamentaciones y los reproches, me gustaría, francamente, que mi tierra (con minúscula) mostrase algo más de imaginación y de empatía con la Tierra (con mayúscula), a la hora de diseñar su futuro.